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Luz Verde. Cambiando mi Mundo...

20 abril 2008

La verdadera amistad sería ponerse en las manos del otro, abandonarse a él

A FONDO: MARTA LOPEZ GIL: FILOSOFA

"La verdadera amistad sería ponerse en las manos del otro, abandonarse a él"



Hoy se habla mucho del "otro" y de su posibilidad de conectarse con él. Sin embargo, los obstáculos para los lazos son notorios, a punto tal que algunos los creen posibles sólo si se diluye todo rastro de egoísmo.

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La amistad no es el rasgo definitorio de lo humano y puede hasta ser considerada imposible, lo cual no hace más que engrandecer la experiencia cuando ella se logra, cuando realmente ocurre la apertura y la reunión con el otro. Mientras tanto, genocidios, homicidios y usos instrumentales de los seres humanos son realidades repetidas, crecientes, generalizadas.

La filósofa Marta López Gil reflexiona a partir de la obra de un gran maestro de la filosofía contemporánea -Emmanuel Levinas- acerca de la imposibilidad de la comunidad, los límites de la ética y la dificultad de perdonar. Lo hace continuando la tarea de su vida: enseñar, lo cual concibe como sinónimo de acoger y de hospitalidad.


¿Qué características presenta "el otro" al que se refiere buena parte de la filosofía contemporánea?

En primer lugar, se banalizó mucho esta cuestión del otro, la otredad, la alteridad, lo diferente. Parece muy fácil caer en los lugares comunes. Por eso hay que reconocer que Emmanuel Levinas (Lituania, 1906-Francia 1995) es el filósofo que nos introdujo en el tema del otro, y no para enunciarlo simplemente. Levinas fue un hombre desesperado por los genocidios, por las matanzas, por el odio del hombre por el hombre. Y eso ahora ha aumentado, no ha disminuido. No estamos mejor, estamos mucho peor. Levinas fue un hombre desesperado, que dedica el libro De otro modo que ser o más allá de la esencia a todos los genocidios, no sólo al judío.


¿Podemos salir de nosotros y entregarnos al otro?

Levinas parte de la filosofía de Heidegger, que engrandece al hombre. Ya se sabe que Heidegger adhirió al nazismo. Pero dejando esa cuestión, hay que aceptar que Heidegger engrandece al hombre relacionándolo con el ser.


¿De qué manera?

El ser en sí no es nada, pero es lo que hace que las cosas sean. Es el misterio grande de que haya algo -el universo, la existencia-, y no nada. La cuestión es que en Heidegger la grandeza del hombre estaría en captar que hay algo, en ubicarse en lo abierto. Y ubicarse en lo abierto significa captar el mundo como mundo, captar al ser como ser, algo que según Heidegger no lo pueden hacer los animales. Para Levinas este fue un punto de partida. Escuchó las clases de Heidegger. Pero después propone otra cosa: engrandecer al hombre en la medida en que éste puede fascinarse ante el otro.


¿Qué tipo de vínculo implica la fascinación?

Fascinación es una palabra que viene del latín y que significa embrujo. Es decir, como si el otro me embrujara y produjera en mí -y solamente así puedo acoger al otro- una pasividad extrema que no soporta ninguna actividad, sino que es un abandonarse. Levinas no quiere la grandeza del ser del hombre como relación con el ser -como Heidegger-, se opone rotundamente. Cree que la grandeza es abandonarse al otro, a cualquier otro. Y quizás, en ese abandonarse al otro, pueda ser acogido, aunque no hace más que reconocer, siempre, que lo propio del hombre sea querer que seamos todos iguales y no poder ser iguales a los otros; querer aceptar al diferente y no poder hacerlo.


¿Cómo en esta filosofía se vincula ese abandono al otro con la reciprocidad y la igualdad?

Se busca un costado del hombre en el que éste sea capaz de sentirse igual al otro, pero no en una relación de reciprocidad. La filia griega, la amistad griega, es una relación recíproca. Es decir, es un hombre frente a otro hombre, ambos libres. Pero es una relación de reciprocidad. Lo que siente Levinas es tan fuerte que no quiere una relación recíproca, quiere una relación en la que se pueda decir: "Yo no soy yo". No hay un yo frente a otro yo. Ese yo es egoísmo, y todo yo frente a un otro yo lleva inevitablemente a la confrontación. Yo tengo que desaparecer como un yo, tiene que estar solamente esa sensación de abandonarme o de ir a acoger al otro. No alcanza un apretón de manos: es, con todo, también una relación recíproca, y el apretón de manos está muy cerca del guerrear con el otro. La verdadera amistad sería, en definitiva, el poder ponerme en las manos de otro, abandonarme al otro. No olvide que Levinas es un hombre desesperado, que no sabe qué pa labras usar, cómo destruir el lenguaje cotidiano que nos viene de la tradición filosófica -no solamente el lenguaje cotidiano que usamos, sino también el de la tradición filosófica- para constituir no una ética. Porque una ética es muy poca cosa, es un conjunto de mandatos, de reglas. Eso está bien para la vida cotidiana, para que no nos matemos entre nosotros. Pero Levinas busca otra cosa.


¿A qué se refiere? Porque lo que usted sugiere parece una exigencia muy radical, imposible.

Levinas quiere que desde el punto de vista ontológico -es decir, desde el punto de vista del ser del hombre- el hombre deje de lado su yoísmo, su carácter de sujeto para el cual todo lo demás es objeto. Quiere que deje de lado re glas, mandamientos en los que sigue siendo un sujeto autónomo. Quiere que deje toda autonomía, es decir, todo reglarse a sí mismo; que abandone toda vuelta a sí mismo. Quiere hacer desaparecer el sí mismo y quiere que nos convirtamos cada uno de nosotros en rehenes del otro.



Rehén es una palabra muy fuerte...

Exactamente. "Soy un rehén del otro" es algo casi insoportable. Pero uno ahí ve hasta qué punto está violentando el lenguaje de la filosofía tradicional y el lenguaje cotidiano. Convertirme en rehén del otro y sentir, como Aliosha, uno de los hermanos Karamazov, de Dostoievsky, culpabilidad por todo. Es decir, en esa "relación no relación con el otro" -si fuera una relación, de nuevo caeríamos en la relación de reciprocidad, es decir, uno frente a otro uno, uno mismo frente a otro, un sujeto frente a otro sujeto- me tengo que considerar culpable siempre; soy siempre culpable. Es un discurso que nos desborda.


¿Cómo se puede pensar la amistad desde esa mirada filosófica?

Aristóteles dice, según Montaigne: "Amigos, la amistad es imposible". Esa imposibilidad de la amistad se da, justamente, porque la amistad nos rebasa, es decir, hay un exceso. Para pensarla, hay que ubicarse en un terreno no de la ética, sino del misterio y del exceso. La comunidad parece también algo imposible. La comunidad tiende a cerrarse, precisamente porque es comunidad. Pero si cierra, deja de ser comunidad, dado que en el cierre expulsa al diferente, al que no pertenece a ella. Esa comunidad, que se podría llamar inmanente -inmanente a sí misma, que se come a sí misma-, es tremendamente peligrosa, como lo recuerdan las comunidades fanatizadas que se vuelcan al suicidio. En cambio, si a la comunidad se la abre, se advierte que no hay tal comunidad. La comunidad pertenece a lo más desnudo del ser humano; a una desnudez e intimidad que no puedo mostrar, que no puedo confesar. Toca una desnudez que avergüenza. De manera que hay que preguntarse cómo podría ser esta comunidad, que si es cerrada puede ser un desastre y si es abierta no se sabe qué comunidad es. Tal vez sea, entonces, mejor hablar de la amistad en términos de ser para el otro, por el otro y que puede abandonarse al otro.


¿Cómo se nos aparece la humanidad del otro? ¿A través del rostro?

El rostro es una metáfora. No es la cara en sí ni una parte del cuerpo, aunque la corporeidad y la sensibilidad están muy cerca de la razón. Es decir, hay un acercamiento de la sensibilidad y de la afectividad a la razón, que no desplazan a la razón. El rostro surge, en parte, de la fascinación. El embrujo o la fascinación frente al otro hace que el otro sea para mí un rostro. De manera que el rostro es el otro, es la metáfora que utiliza Levinas para designar al otro. Y es una metáfora interesante, porque está tomando, aunque no sea la cara, algo que tiene que ver con lo corpóreo, con una afectividad que no excluye a la razón. Es más: el encuentro con el otro es un acontecimiento. Es como si tuviéramos que movernos, en el encuentro con el otro, en un tiempo que no es el tiempo del reloj, que suele tener poca sustancia. Para Levinas, que fue un hombre religioso, quizás ahí esté la huella de la divinidad. Para Levinas, el encuentro con el otro, el abandonarse en el otro, tiene algo de sagrado.


¿Qué lugar tiene el perdón en esta idea de los vínculos humanos?

El perdón puede cambiar el pasado. Es un tema muy difícil, para los argentinos y para todos los países en donde el pasado es conflictivo. Me acuerdo de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet. El padre murió en la época de Pinochet, y lo primero que ella hizo al asumir fue ir a la tumba de su padre y, de alguna manera, perdonar. Fue una actitud valiente.

Copyright Clarín, 2008.Claudio Martyniuk.
cmartyniuk@clarin.com

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