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29 septiembre 2010

6to.Aniversario de la Tragedia de Carmen de Patagones 2004/2010

RLN - Red Latinoamericana de Noticias

Septiembre 2010
A seis años de la llamada “tragedia de Carmen de Patagones” la Red Latinoamericana de noticias sobre la Infancia, decide volver a dar difusión el Editorial que escribió el Lic. Fernando Osorio, con motivo del primer aniversario.

La responsabilidad en el lugar que corresponde

Fernando Osorio

“…Mañana no vengas, va a pasar algo terrible…” Así se despidió Júnior el día anterior a la masacre. Este joven, de catorce años, un veintiocho de septiembre, de 2004, asesinaba, dentro de su escuela, en el mismo aula de todos los días, a tres de sus compañeros. Carmen de Patagones, una ciudad en el sur argentino, pasó a la historia en pocas horas. Hoy sus pobladores lamentan que se la recuerde o se la nombre por aquel episodio. Antes de que se le terminaran las balas, Júnior, hirió a cinco compañeros más y realizó tantos disparos que sólo el vaciamiento del cargador fue su límite. Lo hizo en el más absoluto de los silencios. No gritó ni se mostró eufórico o excitado. Ejecutó a sus víctimas con la misma actitud que mostraba siempre. Un muchacho retraído, taciturno, que decidió terminar con la vida de quienes se presentaban como un obstáculo en su camino. Se le imponía tener que hacer desaparecer a quienes, quizás, le recordaban cada día lo que él no era, lo que él no tenía, lo que no sería nunca: un muchacho común. Júnior también murió ese día, pero no porque se suicidara. Murió porque su vida, su familia y su realidad cotidiana cambiaron definitivamente. Tal vez, ya venía muriendo desde hacía mucho tiempo sin que su familia lo advirtiera. Es difícil ver el lado más oculto de un asesino; su propio sufrimiento, su propia desolación, su enfermedad mental. Pero mucho más difícil es pensarlo cuando se trata de un niño. Resulta complejo poder meditar acerca de la responsabilidad de las acciones de un niño o de un joven, sobre todo cuando la magnitud de su acción ha dañado irreversiblemente la vida de otros. Pero es necesario y urgente volver a poner a la responsabilidad de los adultos en el lugar que le corresponde.

Las crisis familiares se desarrollan de modo virulento cuando el contexto social lo facilita y lo estimula. Las crisis familiares serán luego conflictos institucionales de las organizaciones que las reciban. La falta de contención social, las carencias en educación y salud y la injusticia jurídica hacen un caldo de cultivo propicio para detonar la patología familiar y social; inevitable por estructura. El Estado, a través de sus organizaciones más destacadas como son las escuelas, los hospitales y los tribunales, no logra contener a sus niños ni a sus familias.

Se muestra negligente e inoperante a la hora de atender a su población y de darle respuestas sensatas y humanas. Podríamos decir que este es un mal no sólo de la argentina sino de toda Latinoamérica y de muchas partes del mundo. Entonces, ¿quién es responsable de que, a seis años de aquella tragedia, se hayan multiplicado los hechos de violencia en las escuelas? No alcanza con crear observatorios ni con premiar las iniciativas personales. Dar un premio a la mejor iniciativa para terminar con la violencia en las escuelas es sacarse de encima el compromiso de resolver lo que ocurre allí adentro. No alcanza con crear comisiones o consejos de expertos para pensar el tema. Se trata de una acción más concreta. Se trata de llegar a la cotidianeidad de las escuelas, de sus maestros, de sus alumnos, de sus familias. Y no sólo cuando muere alguien. Tal vez, implementando, desde las escuelas, estrategias específicas (no asistenciales) con las familias. Muchas de ellas aparecen como no sabiendo qué hacer con los hijos; cualquiera sea su condición cultural y económica. El alcohol, las drogas legales e ilegales, la naturalización de ciertas prácticas sexuales y el consumo desmedido de casi cualquier mercancía hacen a los niños y a los jóvenes seres depresivos, corruptos, malhumorados e insatisfechos.
También hay que mejorar las condiciones laborales de los docentes, y no sólo se trata de una mejora económica se trata de una intervención para evitar la violencia institucional de la que son víctimas, también. Las mejores estrategias tienen que ver con el trabajo grupal. Es perentorio brindar dentro del contexto escolar, y no como “anexos ad honorem”, espacios de intercambio grupal, entre docentes. Es, realmente, eficaz fundar espacios de control de la tarea, de supervisión de las situaciones áulicas (no sólo pedagógicas), acompañadas de actividades grupales de formación en áreas menos convencionales, ejemplo: dinámicas grupales, estrategias de intervención en las situaciones de conflicto, estrategias de abordaje con padres, confrontaciones grupales de estilos y liderazgos.
También es urgente fundar espacios en dónde los alumnos puedan hacer circular su palabra. Un ejemplo son los consejos de aula o de escuela, en dónde los niños y los jóvenes sienten que son escuchados y que su palabra puede llegar a modificar, al menos, una parte de la realidad que los abruma. Otro ejemplo es fortalecer las tutorías, las actividades tutoriales con los alumnos. Capacitar a los docentes, que realmente estén dispuestos a hacer efectivo ese acompañamiento; no sólo en estrategias pedagógicas sino en lo que implica trabajar con un grupo operativo. Capacitarlos en lo que hace a la dinámica grupal, a cómo se conforma la identidad de un grupo, cómo se genera la distribución de roles, los liderazgos, los emergentes, los facilitadores grupales, etc.
La escuela cuenta con el recurso del grupo como estrategia y espacio para gestionar los conflictos. En general es una herramienta poco utilizada. Y siempre se está pensando que la solución está en otro lugar. Allí están los niños y los jóvenes, esperando que hagamos algo por ellos para, fundamentalmente, dejarles un mundo mejor del que nos ha tocado vivir. Y, en todo caso, para que la patología familiar, que se detona por estructura en las organizaciones escolares, tenga un mejor contexto y una red comunitaria que la contenga y le permita desarrollarse menos conflictivamente. Pensemos cuán diferente sería el destino de muchos niños que no logran ser escuchados en su conflicto y en sus angustias si tuvieran un lugar para hacerlo.

Cuánto mejor ciudadano, sería un niño en el futuro, si contara a lo largo de toda su escolaridad con la posibilidad de hacer de la escuela un lugar para la práctica democrática, la confrontación, el intercambio de ideas, la opinión diversa, la iniciativa personal, la realización como sujeto, el disenso. Está en manos de los adultos este cambio. Y si bien, no se puede presagiar todo ni prevenir todo, cuánto mejor transitarían todo esto, los niños y los jóvenes de hoy, si los adultos nos comprometiéramos a escucharlos y a darles un lugar, sinceramente. No los despojemos de esa posibilidad.

Lic. Fernando Osorio
Fuente: Noveduc.com

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